sábado, noviembre 11, 2006

Encuentro con Mario Bunge

Leído en el Blog de Arcadi Espada:

" Querido J:
He conocido a Bunge. Estaba comiendo una ensalada de queso fresco en el comedor de un hotel de Barcelona cuando entré con ímpetu:

- ¿Profesor?

Venía de Fráncfort y la noche anterior no había podido dormir.

- Así me perdonará usted que mis respuestas sean algo más confusas de lo habitual.

Llevaba una buena chaqueta de lana y 87 años. Bunge confirma la incoherencia de los que van a graduarse de viejo con los ojos azules. Tiene una cabeza muy elegante por dentro y por fuera y la simpatía (el roce hace el cariño) del hombre que ha peleado constantemente por sus ideas. Hace años que lo leo y que lo admiro. Es uno de esos realistas ingenuos, ya sabes. Es decir, uno de esos niños que desde la práctica científica y epistemológica les han dicho a los filósofos que el rey va desnudo. Bunge tiene una obra muy importante, y suelen citarse, como ejemplo, los tomos de su Tratado de filosofía básica. Ahora está a punto de aparecer en español (Gedisa) su última obra, que tiene un aspecto fantástico: Chasing Reality. Strife over Realism, es decir, A la caza de la realidad. La controversia sobre el realismo. Y qué voy a decirte de su mundialmente célebre crítica del psicoanálisis, clara y definitiva, basada en la operación empírica de poner la cháchara en contacto con las neurociencias (o con lo que él llama la biopsicología) y demostrar así su parentesco con la homeopatía o la astrología. Aunque bien es verdad que con una incomparable ventaja en víctimas mortales a favor del psicoanálisis. Yo, de la obra de Bunge, conozco sus libritos, hechos de retales y de piezas periodísticas. Hay uno realmente feliz, Cápsulas, que te recomiendo. Lleva dos retratos extraordinarios, de Karl Popper y Thomas Kuhn, y también, todo hay que decirlo, alguna banalidad sobre internet y la sociedad electrónica. Hace muy poquito, Editorial Sudamericana acaba de editar una nueva de esas delicias 100 ideas. El libro para pensar y discutir en el café. Me gusta mucho un fragmento del prefacio. Escribe Bunge: «Me he limitado a escribir lo que pensaba en el momento, o sea sin tacto. Ya me lo decían mis padres, conocidos por su falta de tacto: 'Marucho, no tenés tacto'. Esta carencia me salvó de hacer una carrera política». He pensado si no adoptar este Marucho no tenés tacto como emblema de mi casa. Entre las 100 ideas hay una que emparenta periodismo y filosofía. La pieza no transformará el mundo, pero como suele suceder con Bunge siempre hay una perla encastada: «El buen periodista, como el buen científico, hace buena filosofía sin proponérselo. No la explica ni predica, pero la vive. Y sirve al público en la medida en que la vive».

Nada más empezar a hablar le vine con el hiriente problema personal que tan bien conoces.

- Profesor, doy clases de Periodismo. El primer día los niños empiezan a recitar como papagayos que la objetividad no existe. ¿Qué puedo decirles?

- Lo mejor para este caso son los animales. Un ratón que no creyera en la realidad de los gatos no viviría mucho. Los animales son naturalmente realistas, por la cuenta que les trae. La realidad tiene una ventaja respecto a Dios: no hace falta probarla. Nosotros no necesitamos la fe. Con la práctica nos basta.

- Usted que es de izquierdas...

- Sí...

- ¿Cómo explica que sea hoy la izquierda la principal crítica de la realidad?

- Ah. Menos aún. Eso no lo entiendo. En mi juventud los irracionalistas, los idealistas, todos esos, estaban en la derecha. Los izquierdistas éramos realistas, todos. No sé... En realidad, no me lo explico. Yo fundé una revista en 1944 para combatir el irracionalismo, que entones venía de Alemania. Duró un año, porque se me acabaron los fondos. Hay una pregunta muy buena para los izquierdistas que dicen que el mundo no existe: ahora, si no existe, ¿por qué quieren cambiarlo?

No me digas que no es una frase (y una réplica) extraordinaria. Te la pondría como título si estas cartas lo tuvieran. Para qué querrá cambiar el mundo si no existe, es toda una descripción del desconcierto. Habrás observado otra cosa. Bunge pertenece a esos sabios que dicen no lo sé. Esta frase es extraordinariamente común entre los científicos. Filósofos y literatos la tienen inédita. Y no hablemos de los periodistas que cobran, precisamente, por no usarla jamás. Bunge no sabe cuál es la razón de la hegemonía posmoderna y del descrédito de la realidad. Y mucho menos por qué destaca la izquierda así llamada en esa demolición. No lo sabía, pero siguió tanteando por dentro. En un momento yo dije Berkeley y él empezó a contestarme:

- Ya sé por dónde anda. Pero en los años 60, los muchachos de Berkeley denostaban contra la ciencia y la técnica, no contra la razón en general. Ellos no negaban la existencia de la realidad, ellos querían cambiarla. Ellos eran auténticamente de izquierdas.

La actividad en el ámbito de las neurociencias ha dado la razón a Bunge en algunas de sus especulaciones fundamentales. Esa actividad científica parte del supuesto materialista (parece obvio, pero ha tardado muchísimo en aceptarse) de que todo lo mental es cerebral. Pasamos un largo rato, y muy agradable, hablando de estos asuntos. Tienen, además, una emotiva conexión catalana. Bunge, casado con una matemática, tiene cuatro hijos: un físico, un matemático, un arquitecto y una psicóloga cognitiva. Por lo que deduje, las conversaciones familiares deben de tener la exigencia popperiana contra el small talk; ese matar el tiempo de nuestro castellano que el padre de Bunge despreciaba. Pues bien: fue en Calella de Palafrugell, un día de verano con lluvia en que no pudieron bajar a la playa, cuando Silvia Bunge decidió que iba a dedicarse a la psicología. Su padre lo recordaba la otra tarde como un padre embebido. Incrustado. No acabé de entender en estos coloquios el lugar que el filósofo reservaba al libre albedrío en la nueva configuración de las decisiones. Bromeaba, viéndome demasiado influido por mi naturaleza.

- El problema de usted es que es un comecuras, que sabe que San Agustín inventó el libre albedrío para poder justificar todas las maldades de Dios.

- Bueno, ahora que habla de comerse a los curas, ¿qué le parece la cruzada de Dawkins y Dennet contra Dios?

- Bueno, me parece muy bien. Empezó en el siglo XVIII. Lo malo es que ninguno de esos dos propone ciencia auténtica. Toda la genética que usa Dawkins la inventó él. No existe, nada más que en su imaginación.

Mientras lo apuñalaba, iba subrayando que Dawkins era un gran escritor. Cada vez más adentro. Luego añadió.

- Dawkins y Dennet son los dos únicos filósofos millonarios.

Me iba ya a despedir, deseando que se fuera a descansar, cuando recordé una reflexión habitual de Fernando Peregrín sobre nuestro tiempo paradójico. A más Ciencia más New Age. Sonrió el maestro, y habló con su delicadeza imperturbable.

- La locura de las brujas, la Witch Craze, se dio en el siglo XVII, cuando la revolución científica. No podía ser una coincidencia. No puede ser una coincidencia.

Así lo dijo Bunge.

Sigue con salud.

A."

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